Una cama para dos
Recuerdo que hace
algunos años, solo vivía dentro de mi habitación. Una habitación prestada en la
que me veía obligada a pagar haciéndole compañía a alguien que irritaba mi
estado de ánimo. Recuerdo que al cerrarla por la noche y poner el seguro, una sensación
de alivio invadía todo mi cuerpo. Me gustaba acariciar mi panza creciente por
el embarazo, ver la cuna previamente preparada despertaba la curiosidad de imaginar cómo serias, de qué
color seria tu cabello, tu tono de piel, si te parecerías mas a mí que al
padre, me llenaba de un jubilo interno y
egoísta.
Te cantaba todas las noches, quería que supieras esa canción, quería que… cuando estuvieras en mi brazos y te meciera, te durmieras escuchándola. Leía en voz alta para que en ningún momento te olvidaras de mi voz, que supieras que estaba allí a pesar de que seguramente no fueras consciente de los sonidos y mis intenciones.
Las discusiones iniciaban en la noche, siempre a la hora de la cena. No podía evitar que las vociferaciones que iniciaban del otro lado de la puerta se colaran por la ventana. Escucharlas y no poder reprimirlas me hacían arder de rabia, ¿hasta cuando estaría soportando esta situación?
Solo las lagrimas se manifestaban como parte de mi silencioso llanto, de los gritos que se ahogaban en ellas, me acostaba en la cama y me tapaba la cabeza con la almohada, cuanto deseaba estar a tu lado en ese momento, para que me protegieras, para que protegieras a nuestra nena con palabras dulces y consoladoras, mas me vi obligada a dormir sola por mucho tiempo.
Cuando el sol salía, tiñendo las paredes de un tibio dorado, me entraban ganas de llorar, por no tenerte a mi lado, por tener que iniciar ese día sin ti, por verme obligada a prestarle atención a quien no se lo merecía, mas era mi sacrificio para poder volver a verte. Solo esperar, esperar y esperar. Solo estaba yo, la locura y una cama para dos.
Te cantaba todas las noches, quería que supieras esa canción, quería que… cuando estuvieras en mi brazos y te meciera, te durmieras escuchándola. Leía en voz alta para que en ningún momento te olvidaras de mi voz, que supieras que estaba allí a pesar de que seguramente no fueras consciente de los sonidos y mis intenciones.
Las discusiones iniciaban en la noche, siempre a la hora de la cena. No podía evitar que las vociferaciones que iniciaban del otro lado de la puerta se colaran por la ventana. Escucharlas y no poder reprimirlas me hacían arder de rabia, ¿hasta cuando estaría soportando esta situación?
Solo las lagrimas se manifestaban como parte de mi silencioso llanto, de los gritos que se ahogaban en ellas, me acostaba en la cama y me tapaba la cabeza con la almohada, cuanto deseaba estar a tu lado en ese momento, para que me protegieras, para que protegieras a nuestra nena con palabras dulces y consoladoras, mas me vi obligada a dormir sola por mucho tiempo.
Cuando el sol salía, tiñendo las paredes de un tibio dorado, me entraban ganas de llorar, por no tenerte a mi lado, por tener que iniciar ese día sin ti, por verme obligada a prestarle atención a quien no se lo merecía, mas era mi sacrificio para poder volver a verte. Solo esperar, esperar y esperar. Solo estaba yo, la locura y una cama para dos.
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